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Sanar para servir mejor: el desarrollo emocional también es rentabilidad

entrena tu ser comienza tu hacer Jul 17, 2025

En el mundo organizacional contemporáneo, hablar de transformación sin considerar el estado emocional interno de los individuos es una omisión estratégica. Diversos estudios en neurociencia y psicología organizacional coinciden en que las heridas emocionales no resueltas se expresan, tarde o temprano, en dinámicas laborales disfuncionales. Y es que, como bien señala la literatura en inteligencia emocional (Goleman, 1995), el modo en que una persona se gestiona a sí misma impacta directamente en cómo se relaciona con los demás y en cómo trabaja.

Un colaborador que no ha sanado sus vínculos primarios —especialmente con figuras parentales— puede reproducir patrones inconscientes que sabotean su autonomía, su capacidad de tomar decisiones o su estilo de relacionamiento. Quien no ha sanado a mamá, tiende a buscar aprobación externa. Quien no ha sanado a papá, suele dudar de su poder. Estas carencias emocionales no solo afectan la autoestima, sino también la forma de colaborar, liderar o enfrentar situaciones de presión.

Por el contrario, quienes han transitado el camino de la autoconciencia y la sanación emocional desarrollan una capacidad superior para comprender y vincularse con otros sin necesidad de dominar, culpar o justificar. La confianza y la empatía no son solo rasgos con los que se nace: se cultivan, se resignifican y, muchas veces, se reconstruyen. Así lo plantean modelos como el del “adulto funcional”, trabajado por John Bradshaw, que resalta la importancia de integrar el mundo emocional para operar desde un yo maduro y consciente.

Las emociones no procesadas tienden a repetirse como guiones de vida: lo que no se atiende, se convierte en patrón; lo que se evita, se proyecta. En contextos organizacionales, esto se traduce en colaboradores reactivos, con baja tolerancia a la frustración o que replican estilos de liderazgo autoritario, complaciente o evasivo, afectando el clima, la productividad y las relaciones de equipo.

En cambio, quienes se han permitido hacer pausas reflexivas, mirar hacia adentro y asumir responsabilidad emocional, construyen relaciones laborales más sanas, toman decisiones más alineadas y fomentan entornos donde la vulnerabilidad no se penaliza, sino que se honra como expresión de autenticidad.

Sanar no es solo un proceso personal. Es también una decisión ética. Y en el ámbito organizacional, es una apuesta colectiva: no hay estrategia de fidelización, compromiso ni cultura sólida que prospere si quienes conforman la organización —desde la alta dirección hasta los equipos operativos— no están dispuestos a mirarse a sí mismos.

Porque todo lo que no se sana, se repite. Y todo lo que se sana, se transforma en servicio consciente, en relaciones genuinas y, sí, también en rentabilidad.

Para cerrar, te invito a la reflexión con estas preguntas:

  • ¿Estás trabajando desde un yo herido o desde un yo consciente?
  • ¿Tu forma de relacionarte con los demás refleja respeto o necesidad de control?
  • ¿Eres capaz de validar tus emociones sin proyectarlas en los demás?
  • ¿Qué parte de ti necesita ser escuchada antes de seguir exigiendo afuera lo que no has atendido dentro?
  • ¿Tu forma de colaborar o liderar edifica o repite una herida?

Entrenar el ser no es un lujo: es el punto de partida para cualquier transformación sostenible. Y también, para una cultura organizacional más rentable y humana.

 

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